¡Cuántos años han pasado!

¡Y cuántas cosas pasarán! Los últimos años hemos ido preparando La Caída de los Dioses, ¿de quién era esa película? ¡Ah, sí! De Luchino Visconti, finales de los sesenta. Pues hoy, tal como lo planeamos, se han caído todos los dioses. La diferencia es que esta peli-realidad tiene tantas historias simultáneas que ni el más talentoso de los directores podría siquiera rodar una escena. Hoy 3 de enero del 2021, y para quienes hayan llegado tarde, llevamos un año de pandemia. Hemos aprendido a aborrecer ese nombre. Es la epidemia planetaria. Un bicho que le está ganando la partida a la humanidad. La está dejando sin los seres más vulnerables; pero a la vez más valiosos: los adorables abuelitos. Es una dolorosa y fea selección natural.

Está película está ambientada en un mundo detenido, sin rotación, ni traslación. La tierra se detuvo sobre su eje. Al menos, es la imagen mental que tengo. Las sociedades están destruidas, el mundo desarrollado desapareció sin fecha de caducidad y el que se estaba desarrollando, va en retroceso, en marcha atrás. Las economías ¿qué es eso? Eso termino está pasando al olvido. Lo peor, sin embargo, es que ha dejado seres humanos perdidos, sin futuro aparente, desenfocados, y con la cabeza descolocada. Se alteraron los comportamientos, las personalidades y las rutinas, ¡ay cuánta falta hacen las rutinas que una vez aborrecimos! La rutina de ahora es ver al otro, apestado. Hay que alejarse lo más que se pueda del antes, prójimo. Todos pertenecen al bando contrario. Son nuestros potenciales asesinos. No se reconocen caras bajo mascarillas obligatorias y se nos obliga a tener las manos como patenas, con alcohol suficiente para desgastar la huellas digitales.

Hay, sin embargo, algunos que siguen negándolo todo. En su infinita incredulidad o estupidez, que para el caso es lo mismo, se resisten a admitir que en el mundo hay un visitante indeseable. Y como siempre, por culpa de ellos paga el «mundo mundial». Para ellos no hay distancia. Ellos no deforman su cara desvergonzada con una mascarilla. Ellos tienen sus manos manchadas con tanta muerte, entre tubos de oxígeno, como única compañía frente a la muerte y con esa corona maldita, la del bicho, que se cree de la realeza..

Pasemos ahora a lo positivo. Los que sí tienen cabeza decidieron que podríamos más que el innombrable y sus secuaces: negacionistas se etiquetaron a sí mismos. ¡Han desarrollado vacunas! ¡Y el mundo ha empezado a pinchar sus bracitos gorditos o delgaditos, jóvenes o viejos para -aunque sea por un tiempo- decir: ¡bicho detente! ¡Mi cuerpo es mío! ¡Lo recuperé!

Esa es nuestra esperanza. A eso nos aferramos. ¡Quizás eñ mundo vuelva a rodar y a trasladarse y la humanidad con el.

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No sirve

Faltando cuatro días y medio para terminar el año 2017 y empezar otro que durará quién sabe cuánto (no todas las personas tienen un año de 365 días…) me entra la seguridad del nuevo año.

Sí. Digo seguridad y lo digo porque pertenezco al grupo de los que cree que es mejor no tener expectativas. Cuando las tienes te desilusionas… o no, es cierto; pero cuando no las tienes todo es ganancia. Lo que te llegue y sea bueno, será motivo de felicidad, lo que te llegue y sea malo… Ahí es donde no lo tengo tan claro. En ese punto sucede algo totalmente opuesto a la falta de expectativas. Si esperas algo malo y sucede, estás preparado. Si no esperas nada, si no tienes expectativas; cuando llegue lo malo, te dará un golpe del que quizás no te repongas.

Estos «si o no», estos «si aquello o si esto», los «si esperas o no», viene a colación por aquello del Año Nuevo, de los días por venir, de lo desconocido. Pisamos arenas movedizas cuando empezamos nuevas etapas. Nunca nada es seguro. El destino del ser humano es no saber su destino. ¡Uy! Eso si da miedito. No sabemos nada de nada. Universidades, Posgrados, Doctorados, Filósofos, científicos, pensadores, siquiatras, padres, madres, experiencia, vivencia… nadie sabe qué vendrá, cómo es, qué es. ¿Perogrullada? Sí. ¿Reflexión again and again? También.

Los seres humanos seguimos siendo ilustres ignorantes. Y lo seguiremos siendo en el 2018, 2019, 2020… Por los siglos de los siglos. El día que dejemos de serlo y sepamos que va a pasar, nos encontraremos vagando por las calles, sin sentido de la vida. Porque la vida tiene sentido cuando la luchamos porque no sabemos.

 

 

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Dedicado a quien me lee

Hay gente paciente, hay gente generosa, hay gente que no pierde la esperanza. En mi vida hay de toda esa gente. ¡Afortunadamente! Son los que me leen, los que siguen leyendo con placer mis escritos y los que esperan y esperan la próxima vez. Gracias a mi vocación y a mi amor por las letras, escribo para ellos. A ellos les debo cada lectura de todas y cada una de las palabras que plasmo en este blanco inmenso.

Ahora todos escribimos, todos sabemos expresarnos, todos nos atrevemos. ¿Bueno? ¿Malo? No lo sé, sólo sé que escribir es un acto de valentía. Las letras en estos sitios públicos muestran en vez de esconder. La gente cree esconderse tras ellas, pero lo que logran es mostrarse de forma exponencial y no siempre acertada. Escribir significa dejarse «ver» en cada oración y significa descubrirse ante los demás. Un blog, un comentario en una web, un tweet, un «compartir» en una red social… Cualquiera de ellos nos pone al descubierto. No estamos enmascarados.

Hace poco escribí en un artículo que aparecer en tantos sitios nos hace tener múltiples personalidades. Muchas de nuestros «yos» son vistos, tantos como sitios en los que participemos. Escribiendo así, somos más visibles y se sabe más de nosotros. Eso da miedo. Escribamos para aquellos que son pacientes, que son generosos, que no pierden la esperanza, para los nuestros. A la vez, tengamos la suficiente sabiduría y el suficiente sentido común como para saber cómo y cuando aparecer; para saber hablar y saber callar; pero sobre todo para saber el qué y el dónde.

Hay que escribir para los que leen, para los que saben hacerlo.

 

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A propósito de la intolerancia

El nuevo orden económico mundial ha desarrollado muchos nuevos comportamientos en los jóvenes y adultos del siglo XXI. El más importante: la emigración. Se busca un futuro promisorio, mejores condiciones de vida, sociedades con mejores condiciones a todos los niveles…

El qüid del asunto está en que cambiar de país conlleva un conjunto de situaciones que alteran el destino de cada persona. Corrientemente se reduce todo al idioma, a las nuevas costumbres -que parecen ser ya globales y unificadas- y al modo de subsistencia. Integración y adaptación le llaman. Pocos piensan; sin embargo, todo lo que ello significa: gestionar todo un listado de documentos que hagan al emigrante un nuevo ciudadano: Seguridad Social, empadronamientos, permisos, certificados, etc, etc, etc… Se trata también del aprendizaje de los protocolos de tratamiento y comportamiento del país, de la adaptación a los nuevos husos horarios y a las costumbres gastronómicas, de cambiar o respetar o defender la forma de vestir, de poner a prueba las creencias religiosas, políticas, personales y sociales; de aprender, en fin, el desenvolvimiento en una sociedad. Aún hablando el mismo idioma es como si se emigrara a otro planeta. Algo tan sencillo como pasar de Latinoamérica a España puede ser un cambio brusquísimo si tenemos en cuenta que se cambia a un país con estaciones, con cambios de hora, con costumbres laborales y estudiantiles completamente diferentes a las iberoamericanas, con pensamientos sociológicos distintos.

Dejar el propio país es dejarlo todo atrás. Lo que queda permanece en el recuerdo y queda plasmado para siempre pero se deja atrás. Adelante es todo diferente y nuevo; aunque se enmascare bajo el prisma de los conocido.

Esta perorata viene a cuento por la necesidad imperativa de respetar al que llega, venga de dónde venga. Llegue como llegue y sea como sea. No se debe ser obtuso y aseverar aquello de: «que se devuelvan para su país». El cambio, por lo general no es voluntario. Si a ello se añade el rechazo, se crean las situaciones de violencia y conflicto que aumentan cada día.

Hay que pensar más y juzgar menos.

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Paradojas españolas

Acabo de leer los comentarios que se hacen de la nueva Ley Wert, el plan de enseñanza bilingüe en España, que pretende implantar uno de cada tres grados superiores y algunos másteres en inglés o en los dos idiomas.

Empecemos por el principio. ¿Cómo se va a enseñar una lengua extranjera sin antes saber hablar la propia? Enseñen en Madrid que no se dice «la» dije, por ejemplo. Enseñemos que no se dice no soy capaz «a» decirlo. Enseñen en toda España que el Le «he dicho», la «he llamado» le «he escrito»…» como conjugación verbal compuesta, sólo debe ser usada cuando la acción continúa en el tiempo, no en tooodas las ocasiones. Enseñen que se dice: sí es cierto, en lugar de  sí «que» es cierto. ¡Enseñen, en fin, a hablar español! Empiecen poniendo «tertualianos» que hagan participen en verdaderas tertulias, esto es intercambio de ideas, sin gritar, sin hablar al tiempo, sin decir palabrotas, sin agredirse y sin cometer errores incomprensibles y garrafales. Y cuando hablo de tertulianos, me refiero a expertos en un tema, no a gente que trabaja en programas de medio pelo y que se dedican a… ¡nada!

Una vez aprendido correctamente el español, desde el colegio, o incluso a la par, integren inglés (en el caso del que estamos hablando), bien con nativos o bien con profesores realmente bilingües.

Acto seguido, se podrán implantar «degrees» y másteres y todo lo que se quiera a nivel superior.

¡No empiecen la casa por el tejado!

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En plan romántico. Pensamiento número indefinido

Llevo un buen tiempo sin escribir. Y hoy ando en plan romántico. Debe ser el invierno, debe ser el perfecto esposo de «Mel» de la serie «Entre Fantasmas o, de pronto, los zombies de «Walkind Dead»… Vaya usted a saber. Como para ir descartando ¡no creo que sean los zombies! Lo del esposo de Melinda, como que tampoco. Puede ser que sea la pareja nunca vista y deseable pero, es una película de televisión y ¡eso sólo pasa en las películas! Y, ¿el invierno? ¡Qué tendrá que ver! Conclusión, soy yo. Yo y mis circunstancias. Soy romántica hasta la médula. Me encantan las palabras cariñosas, los gestos especiales, las miradas que derriten, y ¡los chocolates!

Precisamente por eso y en aras de ese  hombre perfecto, entre otras cosas INEXISTENTE, me voy a comer un chocolate. Ya vuelvo. (pausa para ir a coger la bolita de chocolate).

He aquí que he llegado. ¿De qué estábamos hablando? ¡Ah, sí! De la influencia del chocolate en el romance. ¡Ninguna! Lo que incide en el romance es simplemente el aquel y la aquella. Que dos personas se enamoren, se quieran, se gusten, salten chispas y haya cortocircuíto. Eso existe, sigue existiendo aunque Internet sea el que haga chispas con tanta petición fallida, aunque los teléfonos se recalienten con horas y horas de conversaciones a distancia (sucede mucho) y aunque los mensajes por Whatsapp hagan parecer que se está más cerca del otro. Los medios han cambiado pero los seres humanos seguimos siendo los mismos con las mismas. Océanos de soledad buscando alguna gaviota que se alimente con nosotros. ¡Qué romántico!

¡Esto amerita otro chocolate!

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Los desafortunados momentos españoles

Retomo la pluma en mi blog, después de mucho tiempo. Se que parece que siempre hago lo mismo pero estuve alejada de mi «vida informática personal» por, paradójicamente, cuestiones de trabajo. 

Ahora, de nuevo, sentada aquí, me pongo a pensar en el país en el que vivimos. Anoche vi el programa de Jordi Évole acerca de las facturas de la luz. Mafia. Explicó algo acerca de la economía del gasoil y de las compañías de gas. Mafia. Y ya no hablemos de las compañías de telefonía móvil. Otra mafia. 

Cambié de canal porque para amargarme más ya tengo bastante. ¿Por qué todo se maneja así? ¿Son esos oligopolios más peligrosos que los políticos? ¡Son lo mismo! Se favorecen unos a otros y nosotros, españolitos de a pie, no tenemos ninguna defensa. Y que se vayan desencantando quienes se manifiestan. Lo malo no es la sanidad privada o la educación privada. Por el contrario: es bueno puesto que en la empresa privada hay que trabajar y no se tiene «todo asegurado». Lo malo es la legislación, la legislación europea que crea una bruma de equidad en aras de una igualdad imposible.  

Desengañémonos españolitos normales. Gritar no sirve para nada. ¿Qué es la expresión del pueblo? Sí, claro, de eso no cabe duda. ¿Qué es la voz de la democracia? Sí, tampoco cabe duda. Pero somos un punto en el infinito de la macroeconomía.

Aquí «ayúdate que Dios te ayudará». Dedícate a trabajar por ti mismo, no confíes en que alguien «te sacará las castañas del fuego» y sal adelante en medio de una marea que es mayor que tú.

¡Ah! Antes de irme, colofón: ¿Que Arturo Más quiere una Cataluña independiente? ¡Pues denle un pueblito de esos abandonados -que los debe haber también en Cataluña-, que se vaya allí con quienes le apoyan y que cree la «República Independiente de su casa», ¡¡¡¡a ver si deja de aburrirnos con sus desafortunadas ansias de poder!!!!!!

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Hace un siglo…

Que no se preocupe nadie. Si digo «hace un siglo» No es porque vaya a hablar de historia, ni de aniversarios, ni de nada por el estilo. Sólo quería decir que hace com un siglo que no escribo. ¿Falta de tiempo? No, realmente no; pero de todas maneras es más fácil echarle la culpa a alguna causa exógena que a uno mismo. Por algo somos humanos, para ser egoístas, «egoísticos» que es más que egoístas.

Pues bien, la cosa está en que han pasado una cantidad de días, otra más pequeña de meses y dejé de escribir. Si fuera una reconocida escritora, mi editor estaría de psiquiatra por mi «aridez creativa». Es lo bueno que tiene no ser un escritor famoso, no hay quien te inste a escribir, a crear para vender, a vender para ganar dinero. Han pasado días y meses, hemos hecho balance (lo digo para aquellos que no se han enterado de que ya llevamos un mes y nueve días de un nuevo año, el 2012… El de los Mayas…), hemos oído presagios, malos presagios sobre todo lo posible, y estamos ante un futuro de esos que nadie quisiera afrontar. La economía va mal, la sociedad está desmembrándose, la juventud está perdida, los ancianos están asustados, el clima está loco, la política es sucia y no tiene posibilidad de salida, los… En fin, ¿habrá algo bueno en algún lado? ¿Habrá alguna «Atlantis» perfecta, alguna «Samarcanda» paradisiaca en la que la vida sea olímpica? (por aquello del Olimpo no porque la gente se la pase todo el día compitiendo).

Pues no. No hay tal cosa. Esos lugares los dejamos para la literatura de viajes o para la ciencia ficción. Conformémonos con lo menos que es lo más: vivir lo que nos ha tocado. Eso es lo mejor, tenemos vida para lucharla, familia por la cual seguir, amigos a quienes apoyar y salud para, incluso, fanfarronear, con ello. Si ha alguien le falta algo o todo, no importa, aquí estoy para que me lo cuente.

Quien me necesite aquí me tiene, quien quiera mis palabras las seguirá leyendo, quien busque mi compañía podrá seguir disfrutando de ella si lo considera un gozo. He vuelto después de un siglo… Y no pasará otro siglo para que vuelva a escribir.

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Carrie Bradshaw y yo

Me pongo en el lugar de Carrie Bradshaw (¿se escribe así?) y sus análisis sobre las relaciones, el amor y el sexo, y creo que no son tan particulares de Nueva York. Al fin y al cabo todos somos hombres y mujeres con deseos de amar y de que alguien nos ame… O no. Otra osa es que ellas se acerquen a cuatro tipologías de mujeres, -y muy acertadas por cierto porque al final todas terminan siendo iguales, deseando lo mismo y comportándose de forma semejante a lo que somos las mujeres de carne y hueso de todo el mundo-.

Veamos, ¿qué buscamos realmente las mujeres? ¿Seguimos en pos del Príncipe Azul? ¿Queremos simplemente una pareja que esté codo a codo con nosotros? ¿Buscamos un protector que nos abrace cuando estamos mal, con la misma ternura que vemos en las películas? Eso, queridos lectores es un misterio hasta para nosotros mismas. Puede suceder que una misma mujer pase por todas esas etapas, puede que alguna lo tenga muy claro (sin saberlo) y encuentre lo que desea a la primera y puede que haya -también- quien como el Santo Job sólo busque un hombre honesto pero nunca encuentre y pase de uno a otro desechando todo simplemente… ¡Porque no «existe»!

La siguiente pregunta sería: ¿sabemos reconocerlo cuando llega? Si fuéramos coherentes la respuesta debería ser rotunda: SÍ y con mayúsculas. Pero… (Todo tiene su pero) quizás no lo sabemos reconocer, quizás creemos que no es esa persona la que necesitamos o quizás ni siquiera sepamos que la amamos. ¡Somos mujeres! Aprovechemos entonces la abrumadora cantidad de tópicos absurdos que se nos achacan y actuemos en consecuencia. Me refiero a que si no lo sabemos, tomémonos nuestro tiempo. La Duquesa de Alba sigue en el ring ¡por qué nosotras no?

Por último, la pregunta del millón: ¿estamos preparadas para la relación que queremos, esperamos o necesitamos con un hombre? (No con el mismo. ¡Dios nos libre y ayude al pobrecito si así fuera!). Creo que ninguna está preparada nunca para nada y quien me diga lo contrario miente, estoy convencida. Si cada vez es diferente, cada vez es la primera ¿no? Por lo tanto, nuuuunca estamos preparadas. Otra cosa, es que lleguemos a cada nueva experiencia con un aprendizaje previo que nos hace manejar las situaciones de mejor forma. Exceptuando los ermitaños por naturaleza, a quien le guste vivir en comunidad, le gusta ser el centro de la vida de alguien (y si no el centro, al menos un ladito). Pero, insisto, sea cual sea la edad que tengamos ¡no estamos preparadas nunca!

¿Por qué saqué el tema a colación hoy? Porque soy mujer, porque se me ocurrió pensar en ello, porque tengo un montón de amigas que muy a lo Carrie Bradshaw se preguntan esto todos los días y porque, sigo pensando que si el mundo femenino es complicado -tal como dicen los hombres-; ¡el mundo masculino necesita manual y carrera universitaria! Por lo tanto se nos permite no saber, no ser, no hacer… ¡lo que ellos esperan!

 

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Los Amigo/as

Hoy estoy en franco conflicto con la amistad. Me confunde la diversidad de «significados» que se le da a tal concepto. La amistad es solo una y es universal. El amigo/a es aquel o aquella a quien respetas, regañas, criticas, ayudas, esperas, entiendes, exiges y das. Es aquel o aquella que a veces te saca de quicio, a veces te hace reir y a veces te hace llorar y es aquel o aquella que anda contigo aunque no esté a tu lado, es -en fin- aquel (apliquemos el indefenido para ambos géneros y para no repetirnos) que está sin estar.

¿Cómo empieza una amistad? Ni idea. Así de rotundo. ¿Cómo termina? ¡Por millones de causas! Así de rotundo también. Mantener una amistad es casi tan difícil como mantener un matrimonio. ¡Imagínense la dimensión que tiene! Y en los tiempos que corren más aún, puesto que el contacto personal es dificilísimo y la distancia acrecienta los malentendidos.

No quiero perder a mis amigos. No quiero que absurdos desencuentros terminen con el acercamiento a maravillosas personas que, escasísimas de por sí, son difíciles de encontrar. No todo el mundo puede llegar a ser amigo y no siempre sirves para ser amigo de otros. Por ello mismo, deberíamos mantener y cuidar a los amigos. Se encuentran los similares, los compatibles, los parecidos pero no por esto se mantienen siempre cercanos.

Alzo mi lanza para luchar contra esos gigantescos molinos que se convierten en obstáculos entre amigos: la falta de comunicación, los malentendidos, la duda, la distancia, la ausencia de salud, la propia personalidad, el ordenador dañado, los inútiles teléfonos que no te dejan comunicarte, el caprichoso número de teléfono que se pierde… esos imprevistos de la vida e, incluso, el pensamiento. Pensar demasiado avería las neuronas y crea conexiones erróneas. ¡Lo digo con conocimiento de causa!

No quiero pensar ni quiero que mis amigos lo hagan. Somos amigos y eso basta.

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